Paso tras paso te ves avanzar lentamente entre la muchedumbre. Tú, contigo y a solas. Tú, contigo y tu burbuja.
-Continúe recto, no se atreva a cambiar.
Paso tras paso caminas sin rumbo entre toda esa gente que se mueve indistintamente. Tú, entre edificios y sombras. Tú, entre farolas y losas.
-Final de la manzana, semáforo en verde, puedes cruzar.
Paso tras paso notas que te mueves dejando esos desconocidos cuerpos sin rostro detrás. Personas insignificantes que son sin estar. Que son, porque existen, pero que te son sin igual.
-Cruce de calles, gire a la izquierda y prosiga su caminar.
Nuevo barrio, diferentes edificios pero el mismo contar: asfalto, semáforos, coches y marionetas que van. Nuevas vistas, mismo aire de la misma ciudad. Te es todo tan igual…
Sólo hay una pequeña diferencia. Algo desconocido que perturba toda esa vacuidad. Las calles se han empezado a estrechar. Tu burbuja se contrae. Te falta espacio. Ya no puedes respirar. Necesitas salir de ahí. Aprovechar el poco oxígeno que te queda antes de que sea demasiado tarde.
-¡Corre!
Tus piernas cobran vida propia contrayendo y estirando los músculos violentamente. Te duele, lo notas, pero te da igual. Tu cabeza da vueltas ante la incapacidad de procesar todo lo que tus ojos ven pasar de forma difusa por la velocidad, pero poco te importa eso ya. Tu corazón late a un ritmo vertiginoso y tus pulmones apenas alcanzan a respirar, pero a ti tanto te da. Porque voluntaria o involuntariamente, tu cuerpo ha pasado a ser irrelevante. Ahora lo único importante es escapar. Dejar atrás esa abominable ciudad que tantos buenos ratos te ha traído, pero que en estos momentos solo te consigue asfixiar.
Te alejaste de todo para empezar este paseo en solitario, y ahora sientes que ni siquiera eso es suficiente. Necesitas salir, y lo necesitas ya.
Continúas avanzando lo más rápido que tus piernas te permiten sin pararte a meditar. Porque sientes que ya nada importa, o al menos nada que no sea desertar.
Algo salpica tus piernas, gotas de barro que ahora adornan tu camal. Y es entonces cuando te percatas de que la ciudad ya quedó atrás. Los árboles sustituyeron los edificios y camuflan tus huellas al pasar. Pero sigue sin ser suficiente, necesitas ir más lejos, más profundo. Necesitas la verdad.
Abandonas la senda y te diriges a la boca de la cueva que te permitirá bajar. Siguiente capa de tu huída. Un nivel prácticamente inexplorado basado en la oscuridad. Un lugar donde no necesitas tu burbuja para respirar.
Te sumerges lentamente en las entrañas del planeta, donde se forja la realidad. Desciendes entre la soledad y la incertidumbre de esa taberna que te llevará hasta el final. Continúas con tu inmersión hasta el más profundo interior.
Entonces percibes una ligera claridad, y detienes tu caminar. Te paras, pues conoces lo que conlleva el llegar. Sabes, la luz viene de las llamas que contienen tu integridad. Eres plenamente consciente de que tienes a sólo unos pasos ese inmenso fuego donde se crea todo material.
Absorta, contemplas el resplandor amarillento que contiene la respuesta a aquello que te impulsó a viajar hasta donde ahora mismo estás. Comprendes perfectamente que sólo unos metros más allá encontrarás la respuesta a ese tormentoso interrogante que tanto te ha hecho temblar. Y sin embargo no te mueves. Tus gélidas piernas se encuentran petrificadas después de todo el esfuerzo por llegar. A sólo unos pasos de alcanzar tu objetivo, tu cuerpo se niega a avanzar.
-¿Por qué no sigues? Tienes ante ti la solución al gran misterio, ¿a qué esperas para resolverlo?
Un sudor frío recorre tu cuerpo.
-¿No querías saberlo?
-…
-Entiendo. Te falta el valor para hacerlo.
Oh, me gusta baby!
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