lunes, 17 de enero de 2011

Entre el Todo y la Nada: Locura.

- ¡Eh! Vuelve a la Tierra, ¿en qué pensabas?
- En nada.
- ¿En nada?
- Sí, en nada… y en todo. Ya no diferencio el uno del otro.
- ¿Cómo? Oye, ¿te encuentras bien? Estás temblando, ¿tienes frío?
- No. No es frío. Es miedo.
- ¿A qué tienes miedo, cariño?
- A todo… y a nada.
- Otra vez con lo mismo, ¿qué significa eso de nada y todo?
- No lo sé. Ya te he dicho que no lo tengo claro. Tengo miedo de todo lo que se cuece en mi cabeza… pero como sé que sólo está en mi interior, y que por lo tanto, no existe en realidad, no tengo miedo de nada, ¿comprendes?
- Más o menos. Y, ¿qué es eso que perturba tu cabecita?
- Una guerra… No, no es una guerra. Es la Guerra.
- ¿Qué diferencia hay?
- A ver, cómo explicarlo… La gente entiende las guerras por sus armas, por la muerte y el dolor. Pero en realidad, las guerras van mucho más allá. La verdadera guera no se libra con fuego ni disparos, se presta con ideas. Las ideas son los gérmenes más poderosos que puedan existir. Cuando uno de estos gérmenes es perjudicial y domina sobre los demás, es sólo cuestión de tiempo que la idea se expanda fuera de la cabeza, a la realidad, como una plaga que afecta a otros cerebros sanos. Ahí es cuando empieza una guerra tal y como todos las conocemos. Da igual el año, el lugar o el modo en el que tenga comienzo o final, la esencia es siempre la misma: ideas.
- ¿Y por qué tanto pensar ahora sobre las guerras?
-Porque en mi cabeza se está librando una. Sin querer – o quizá queriendo – he creado numerosos gérmenes de estos, todos ellos diferentes y antagónicos, que pugnan entre ellos por prevalecer sobre los demás. Algunos son aterradores, otros, quizás, sean algo mejores. El problema está en que ya no sé diferenciar los unos de los otros. He creado una guerra, y ahora debería luchar en ella; si sólo supiera el bando… Es difícil escoger cuando las múltiples partes beligerantes son pedacitos de uno mismo. Las guerras de por sí son complicadas, y me aterran, pero esto… simplemente me supera. Saber que yo soy mi peor enemigo, y que, a la vez, soy el único que me puede salvar.
- …
- Sabes, estoy pensando que, como toda guerra, esta debería tener un nombre que la identifique… Sí, creo que la llamaré locura. 

viernes, 14 de enero de 2011

It's personal, myself and I, we've got something straightening out to do.

Paso tras paso te ves avanzar lentamente entre la muchedumbre. Tú, contigo y a solas. Tú, contigo y tu burbuja.
-Continúe recto, no se atreva a cambiar.
Paso tras paso caminas sin rumbo entre toda esa gente que se mueve indistintamente. Tú, entre edificios y sombras. Tú, entre farolas y losas.
-Final de la manzana, semáforo en verde, puedes cruzar.
Paso tras paso notas que te mueves dejando esos desconocidos cuerpos sin rostro detrás. Personas insignificantes que son sin estar. Que son, porque existen, pero que te son sin igual.
-Cruce de calles, gire a la izquierda y prosiga su caminar.

Nuevo barrio, diferentes edificios pero el mismo contar: asfalto, semáforos, coches y marionetas que van. Nuevas vistas, mismo aire de la misma ciudad. Te es todo tan igual…
Sólo hay una pequeña diferencia. Algo desconocido que perturba toda esa vacuidad. Las calles se han empezado a estrechar. Tu burbuja se contrae. Te falta espacio. Ya no puedes respirar. Necesitas salir de ahí. Aprovechar el poco oxígeno que te queda antes de que sea demasiado tarde.
-¡Corre!
 Tus piernas cobran vida propia contrayendo y estirando los músculos violentamente. Te duele, lo notas, pero te da igual. Tu cabeza da vueltas ante la incapacidad de procesar todo lo que tus ojos ven pasar de forma difusa por la velocidad, pero poco te importa eso ya. Tu corazón late a un ritmo vertiginoso y tus pulmones apenas alcanzan a respirar, pero a ti tanto te da. Porque voluntaria o involuntariamente, tu cuerpo ha pasado a ser irrelevante. Ahora lo único importante es escapar. Dejar atrás esa abominable ciudad que tantos buenos ratos te ha traído, pero que en estos momentos solo te consigue asfixiar.

Te alejaste de todo para empezar este paseo en solitario, y ahora sientes que ni siquiera eso es suficiente. Necesitas salir, y lo necesitas ya.
Continúas avanzando lo más rápido que tus piernas te permiten sin pararte a meditar. Porque sientes que ya nada importa, o al menos nada que no sea desertar.

Algo salpica tus piernas, gotas de barro que ahora adornan tu camal. Y es entonces cuando te percatas de que la ciudad ya quedó atrás. Los árboles sustituyeron los edificios y camuflan tus huellas al pasar. Pero sigue sin ser suficiente, necesitas ir más lejos, más profundo. Necesitas la verdad.

Abandonas la senda y te diriges a la boca de la cueva que te permitirá bajar. Siguiente capa de tu huída. Un nivel prácticamente inexplorado basado en la oscuridad. Un lugar donde no necesitas tu burbuja para respirar.

Te sumerges lentamente en las entrañas del planeta, donde se forja la realidad. Desciendes entre la soledad y la incertidumbre de esa taberna que te llevará hasta el final. Continúas con tu inmersión hasta el más profundo interior.

Entonces percibes una ligera claridad, y detienes tu caminar. Te paras, pues conoces lo que conlleva el llegar. Sabes, la luz viene de las llamas que contienen tu integridad. Eres plenamente consciente de que tienes a sólo unos pasos ese inmenso fuego donde se crea todo material.
Absorta, contemplas el resplandor amarillento que contiene la respuesta a aquello que te impulsó a viajar hasta donde ahora mismo estás. Comprendes perfectamente que sólo unos metros más allá encontrarás la respuesta a ese tormentoso interrogante que tanto te ha hecho temblar. Y sin embargo no te mueves. Tus gélidas piernas se encuentran petrificadas después de todo el esfuerzo por llegar. A sólo unos pasos de alcanzar tu objetivo, tu cuerpo se niega a avanzar.
-¿Por qué no sigues? Tienes ante ti la solución al gran misterio, ¿a qué esperas para resolverlo?
Un sudor frío recorre tu cuerpo.
-¿No querías saberlo?
-…
-Entiendo. Te falta el valor para hacerlo.





lunes, 10 de enero de 2011

¿Quién dijo que las clases eran aburridas?

Primer día de instituto después de tres grandes semanas de VIDA. Cualquiera se deprimiría con "la vuelta al cole" y todo lo que conlleva. Cualquiera estaría cagandose en toh y anhelando las próximas vacaciones. Cualquiera desearía una semanita más. Cualquiera... cualquiera no tendría a Kim al lado.
Porque después de casi una semana sin verla, y aunque parezca que no, se echaban de menos sus piedras espontáneas y las risas y tonterías en clase mientras "els tres invàlids" (y cualquiera que se gire) nos miran con cara de pánico (o de mala hostia, si son profesores.)
Porque hoy, mi Sancha y yo hemos vuelto a perseguir molinos de viento imaginarios montadas en nuestros elegantes corceles invisibles, mientras todo ser viviente que pasara en ese momento por el pasillo del instituto nos miraba mal.
Porque las vacaciones han estado de putísima madre, pero en parte esto también se echaba de menos: las horas de risa silenciosa, las paridas de los profesores, los cambios de clase con escapadas por el pasillo, la espera de los recreos... Sí, en el fondo es agradable la vuelta a la rutina, sobretodo por la compañía que eso conlleva.
Porque este cartel hace honor a la página: CUANTA RAZÓN.


ANÉCDOTA DEL DÍA:
- Sabéis lo que hacían los adolescentes en mi época cuando se aburrían y no ligaban?
- Pajas.
- Jugar a tetris.
-Casi.
-Adri, mira a ver que Kim dice no se qué de que se hace pajas.
-¿Yo? Sí. A dos manos. Con mis dos penes.

miércoles, 5 de enero de 2011

Mejor regalo de cumpleaños de la historia.

Aparecieron los culpables. Esos locos psicópatas, asesinos de malos rollos, que me tuvieron en vilo ayer todo el día con la única finalidad de verme sonreír.
Aparecieron, sí. Llegaron las cinco menos cinco de la tarde, y me echaron a la calle obligándome a convertirme en una intrépida aventurera en busca de sus sueños, es decir, en en busca de la llave de la misteriosa caja. Y, como siempre, se mantuvieron en todo momento cerca de mí aunque yo no pudiera verlos.
Emprendí mi viaje en un camello sin patas hacia las islas Milán, para encontrar el preciado tesoro de Barba Ahorros. Viajé hasta el mismo corazón de Atlantis (aunque no en una cápsula submarina como estaba previsto) y rescaté la llave perdida en la mítica fuente de la eterna juventud. Me enfrenté a peligrosas sirenas de cola y bastón para rescatar el último de mis sobres, con pasaporte de regreso casa.
Siguiendo el camino de las estrellas, llegué a las puertas de la Caja de los Sueños, y con ayuda de la mágica llave hallada en la fuente de la eterna juventud, pude ver en su interior todos las barreras e impedimentos que siempre nos encontramos a la hora de buscar nuestros sueños.
Lejos de desistir en mi empeño, y gracias a otra de las pistas que cuidadosamente me habían ido dejando mis psicópatas duendecillos, encontré el valor de mirar en mi interior, dentro de mi reflejo, donde encontré las energías suficientes con las que cualquier persona sería capaz de llegar a la luna: un hermosos mural cuyo artífice dejaría escaso al mismo Miguel Ángel con el techo de la Capilla Sixtina. Enmarcado con las fotos de mis pequeños duendecillos, rezaba el último mensaje de mi travesía:
Cuando un candado te alicate el corazón,
cuando no sepas dónde ir,
cuando creas que no hay más soles para ti;
puedes mirarte al espejo y recordar
quiénes estarán siempre detrás de ti para recogerte
o delante para guiarte. 
FELIZ CUMPLEAÑOS.
Abandonando esa cueva tan íntima donde acostumbro a pasar mis noches, me dirigí de camino a la mazmorra  que aloja al monstruo de la Pequeña Pantalla, convertida en trinchera de mis psicópatas duendecillos, que, como siempre seguían al pie del cañón, dando guerra con las bombas de colores repletas de aire, prendiendo fuego a 17 mechas de colores sujetas por la más terrible dinamita que pueda existir contra el paladar, y cantando el honorable Himno del Cumpleaños.

De esta manera, a esta humilde servidora, ayer convertida en aventurera, no le quedó más remedio que deshacerse en carcajadas y exprimir hasta la última gota de risa de sus queridos duendecillos con inmensos abrazos que cortan hasta la respiración. Porque, joder, hablando claro, después de pasarme 5 horas en vilo, de recorrerme media ciudad, de soportar que la gente me mirara mal al agacharme a buscar sobres debajo de los columpios y las matas, de contar centimito a centimito el "Tesoro de Barba Ahorros" con el que se suponía que tenía que coger el autobús, de echarle más cara que espalda al asunto y pedirle a un dependiente de Kamome (una de las tiendas más pija que os podáis echar a la cara) que me dejara el palo de una escoba para conseguir una pista que muy amablemente me habían dejado en medio de una fuente, de hacer que una señora mayor se levantara de un banco porque tenía un sobre en el culo, y de pasear a mi hermana con la lengua fuera para que lo gravara todo; una se quedó sin palabras para agradecerles todo el esfuerzo que habían hecho, para convertir una caja en el mejor regalo del mundo.

El problema es, que dentro de la caja de los sueños, había otra caja un poco más pequeña, cerrada también con un par de candados, y los muy cabrones, lo único que me han dicho, es que ya encontraré las llaves.
Así que, como se podrá imaginar cualquier ser humano que lea esto -si es que lo lee alguien- la intrépida aventurera, después de estar toda la noche poniendo la casa patas arriba para encontrar las llavecitas, sigue de los nervios, muerta de ilusión y curiosidad por saber lo que se esconde en su interior, repitiéndose una y otra vez en su cabeza la famosa canción:

martes, 4 de enero de 2011

¿Quién coño inventaría el reloj?

4 de enero a las 13:15... faltan 3 horas y media aún.
Miro por la ventana: el sol brilla pidiendo a gritos que salga a la calle a pasear y a dejar que me inunde de paz y calor con sus rayos.
Pero no, yo sigo aquí, delante de la pantalla, con la vista puesta en el reloj.
TIC-TAC TIC-TAC
El segundero avanza lento como él solo.
El canario de mi hermana me taladra los oídos con sus agudos pitidos. Aunque esta vez, y sin que sirva de precedente, no me molesta. Creo que ahora mismo todo me parece genial. Todo menos el reloj.
TIC-TAC TIC-TAC.
Los segundos van pasando, y con ellos los minutos. Sigue faltando demasiado tiempo.
Escucho unos pasos que se mueven por el pasillo. Será mi madre, o tal vez mi hermana. Vuelvo a mirar el reloj.
TIC-TAC TIC-TAC.
Muevo la funda de las gafas como si fuera una peonza. Parece la cosa más tonta del mundo, pero realmente hipnotiza. Miro de nuevo el reloj. Ya faltan dos minutos menos que la última vez.
Los nervios y la incertidumbre siguen revolviéndome el estómago. Los ojos se me van de nuevo al reloj.
TIC-TAC TIC-TAC.
Ya no sé a quién más llamar por teléfono para contarle lo que me ha pasado. He despertado a medio mundo para compartir mi ilusión.
"Ilusión" qué bien suena esa palabra.
TIC-TAC TIC-TAC.
Vuelvo a mirar el reloj, y me doy cuenta de que ya ha pasado un cuarto de hora desde que me senté delante de la pantalla a morderme las uñas por la intriga. Y sin embargo, por mi cabeza sólo pasan las dos benditas preguntas que llevan dando tumbos desde que abrí la puerta de mi casa a las doce de la mañana aproximadamente:
-¿A qué maldita mente criminal se le ocurre dejarme una caja cerrada en el felpudo con un sobre que me pide que no la abra hasta las 16:55?
-Y ¿qué narices habrá en esa caja?

Tiemblo de nervios por saberlo. Ilusión y miedo. Conociendo a los posibles artificieros, puedo esperar que salga cualquier cosa de ahí dentro. Y lo mejor de todo, es que me encanta.