Se apoyó en la ventana y con los ojos cerrados dejó que el
olor a pureza y humedad le llenara los pulmones. Fuera llovía. Pequeñas
gotitas caían del cielo confundiéndose con las que brotaban de su lagrimal.
¿Cómo habían cambiado tanto las cosas? ¿Cuándo se había
convertido la lluvia en simple vapor condensado que cae por gravedad?
Un frío intenso le recorrió la columna vertebral. Un viento
helado que sin salir de ningún lado le caló hasta la médula espinal. Sus
dientes castañeaban, su mejilla se inundaba y sus ojos habían olvidado
parpadear. Y sin embargo ella no se inmutaba. Estaba concentrada en una gota
que poco a poco se deslizaba por el cristal.
Tan libre, tan voluble, tan hermosa…
La gota se transformaba sin cesar. Podía encontrarle tantas
formas…
Sin querer, o quizá deseándolo más que nada, se encontró
sumergida en sus recuerdos; en todos aquellos cambios mágicos que, como la gota
y el cristal, habían vivido juntos.
Recordó un tiempo de castañas, libros, fotos e idiomas que
inventar. Recordó cajas, aventuras, velas y tartas que no se podían cortar.
Recordó conjuros de bombones que todas las lágrimas en carcajadas podían
transformar.
Recordó tantas y tantas anécdotas… tantos instantes felices;
tantos momentos que, aun siendo menos alegres, siempre acababan con sonrisas;
tantas veces viendo la lluvia a distancia y dejando su sonido y olor los
conectara…
Y sin embargo, por mucho que recordara, por mucho que lo
intentara y se esforzara, no llegaba a encontrar el momento en el que todo eso
había cambiado.
Escéptica, se llevó la mano a la mejilla donde aún notaba la
humedad.
-Te echo de menos Salsito- susurró, aunque nadie le oyó.
Porque hacía meses que no había nadie a su lado mirando la lluvia tras el
cristal. Porque el dulce olor a mojado sabía amargo en soledad.