domingo, 26 de agosto de 2012

Llueve...


Se apoyó en la ventana y con los ojos cerrados dejó que el olor a pureza y humedad le llenara los pulmones. Fuera llovía. Pequeñas gotitas caían del cielo confundiéndose con las que brotaban de su lagrimal.

¿Cómo habían cambiado tanto las cosas? ¿Cuándo se había convertido la lluvia en simple vapor condensado que cae por gravedad?

Un frío intenso le recorrió la columna vertebral. Un viento helado que sin salir de ningún lado le caló hasta la médula espinal. Sus dientes castañeaban, su mejilla se inundaba y sus ojos habían olvidado parpadear. Y sin embargo ella no se inmutaba. Estaba concentrada en una gota que poco a poco se deslizaba por el cristal.
Tan libre, tan voluble, tan hermosa…
La gota se transformaba sin cesar. Podía encontrarle tantas formas…

Sin querer, o quizá deseándolo más que nada, se encontró sumergida en sus recuerdos; en todos aquellos cambios mágicos que, como la gota y el cristal, habían vivido juntos.

Recordó un tiempo de castañas, libros, fotos e idiomas que inventar. Recordó cajas, aventuras, velas y tartas que no se podían cortar. Recordó conjuros de bombones que todas las lágrimas en carcajadas podían transformar.

Recordó tantas y tantas anécdotas… tantos instantes felices; tantos momentos que, aun siendo menos alegres, siempre acababan con sonrisas; tantas veces viendo la lluvia a distancia y dejando su sonido y olor los conectara…

Y sin embargo, por mucho que recordara, por mucho que lo intentara y se esforzara, no llegaba a encontrar el momento en el que todo eso había cambiado.

Escéptica, se llevó la mano a la mejilla donde aún notaba la humedad.

-Te echo de menos Salsito- susurró, aunque nadie le oyó. Porque hacía meses que no había nadie a su lado mirando la lluvia tras el cristal. Porque el dulce olor a mojado sabía amargo en soledad.


No hay comentarios:

Publicar un comentario